lunes, 7 de marzo de 2011

Mi mundo en una caja.

En estos días de revueltas, de crisis, de paro, de andar todos agobiados, con Lexatin diario para la ansiedad que nos produce el vértigo de estar perdiendo todas aquellas comodidades a las que estamos acostumbrados y que en los últimos tiempos se encuentran tan devaluadas, a maltratar nuestra mente con el malestar de la hipoteca que nos está ahogando, las letras del coche, el crucero del verano pasado, la tele de led de 50 pulgadas y ese sinfin de cosas que realmente nos han ido llenando la maleta de nuestro viaje de piedras que ahora multiplican su peso, y arrastran nuestras vidas al caos, hay que mirarnos el ombligo y dejar de lamentarnos tanto.
Ayer a la mañana, cuando me dirigía a mi trabajo, andando, entre una nevada infernal y con cinco grados bajo cero, escuchando música en mi teléfono, abrigado hasta las cejas, y pensando en lo jodido que era el tener el coche averiado, al pasar por un cajero, una imagen, tantas veces observada y a la que por desgracia estamos inmunizados como las vacunas para la gripe, me removió la mente como pocas veces antes lo había hecho. La terrible imagen de alguien, no se si hombre o mujer, joven o maduro, tumbado en el suelo, al cobijo de una manta y amarrado a una caja de cartón, en la que puedo imaginar se encontraba todos los recuerdos y la vida de alguien, que esa noche, sí tenía miles de motivos más que cualquiera de nosotros para poder maldecir los días que atravesamos, esos días en los que quizás nosotros tengamos motivos para sentirnos desgraciados pero me hizo intentar imaginar, lo que sería tener todo tu mundo reducido a unos cuantos enseres en una caja de cartón y con la sola compañía de una manta que abrigue las crudas noches en que a la intemperie te destroza el cuerpo, porque el alma ya debe de estar hecho añicos.
Me pregunto si tenemos derecho a quejarnos tan siquiera, si hay gente diariamente que hace tan solo días, quizás semanas, o meses, incluso años, que aparcaron su dignidad en la cuenta de cualquier banco, vampiros de los sueños de tantos hombres, y que tienen menos que lo que cualquiera de nosotros desprecia y tira a la basura.
Y nosotros nos sentimos desgraciados, y nos quejamos de precio del gasoleo, la luz, los transportes y las demás cosas que harían nuestros días mas llevaderos. La verdad es que no tenemos derecho tan siquiera a quejarnos, mientras sigue habiendo gente, que duerme bajo un cielo estrellado pero afilado una navaja, que cada noche se clava en su cuerpo y que todo lo que tiene es esa manta y toda una vida portada en una caja.

1 comentario:

  1. Cuantas veces me he hecho las mismas consideraciones... Un abrazo y brindaremos por vosostros en Libertad,8

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